martes, 20 de enero de 2009

Pequeñas historias reales

Pequeñas historias reales


Un perro negro cartonero

Voy junto a mi perra a tirar la basura y escucho un ruido extraño cerca del contenedor. De repente un perro negro salta desde adentro y se escapa a la calle. No es la primera vez que lo encuentro. Unos días después el perro negro se zambulle del contenedor al asfalto. Ovidio Lagos tiene un tráfico feroz al mediodía y un motociclista casi lo atropella. El tipo lo insulta y toca la bocina. El animal corre y cruza la calle asustado. Me dan ganas de ahorcar al conductor de la moto. Cada vez que me acerco al contenedor de basura miro si está el perro negro.

Un soldado que espera al enemigo

Camino junto a mi perra por Ovidio Lagos, pasan una adolescente corriendo junto a un hombre que parece su padre en bicicleta. Escondido en el Estadio Municipal hay un perro de color blanco al que bautizaron “Corcho” que tiene la costumbre de ladrarle a todos aquellos que hacen ejercicio. La chica se lleva un susto bárbaro y el padre la alienta a seguir. Corcho es inofensivo pero tiene el hobby de quererle morder las pantorrillas a todos las personas que salen a correr o pasean en bicicleta. Algunos le tiran con piedras, pero él nunca claudica y es un guardián que espera el momento exacto para atacar al enemigo, como un soldado valiente.





Una madre valiente

Se acerca la primavera y paseo a mi perra por la vereda colmada de árboles. De repente un pájaro que emite chillidos extraños se me posa en la cabeza y no me provoca un infarto porque Dios es grande. Luego me entero que es una calandria. Y evito pasar por el mismo lugar. A todos los transeúntes los ahuyenta de la misma manera. Después me río porque es como una cámara oculta. Pero cuando llega el calor miro si en los nidos están ellas que por lo visto son madres de armas tomar. De vez en cuando pasa algún señor calvo que pega un salto y es sorprendido por estos bichos primaverales que defienden a sus hijos de toda amenaza.


El llanto de un inocente

Estoy barriendo el comedor y escucho un sonido raro. Se asemeja al llanto de un bebé. Sigo limpiando y el ruido persiste. Me asomo a la ventana-balcón y veo con asombro que un gato maúlla del otro lado. Trato de alzar al gato, pero recuerdo que mi perra los odia. Tejo en mi mente todas las posibles soluciones al problema. Si levanto al gato en brazos tal vez me arañe, si lo dejo en el balcón a lo mejor extraña a sus posibles dueños, si es que los tiene. Él me mira con cara de reproche y no puede escapar de mi balcón. Sigue llorando. Recorro toda la cuadra preguntando de quien es el gato. Nadie lo reclama. Si fuera un portafolio lleno de dólares seguro alguien denunciaría su falta, pero es un simple gato. Eso pienso. Luego desaparece en un segundo, de la misma manera que llegó.








Una mensajera que perdió el vuelo

Es pleno verano y tomo sol en la terraza del edificio. Veo que una paloma trata de volar y no puede. Lo intenta varias veces y vuelve a fallar. Así, desiste de su objetivo. Insegura, la alzo como a un bebé sintiendo los latidos de su corazón y descubro que tiene un anillo en una de sus patas. Es mensajera y está perdida. Le pregunto al portero del edificio si sabe quien tiene alguna y me da el domicilio de un pibe que tiene un palomar. El pibe me dice que el hermano es el dueño y se la dejo en una caja de zapatos para que no tenga frío. Pasan los días y en cada paloma que veo en el cielo me pregunto cual podrá ser la mía. Me quedo pensando en ella como una madre que abandona a su hijo.

Empleados del servicio meteorológico

A la noche camino por la vereda del Estadio Municipal. La humedad es fatal y también el calor. Salen de todos lados los cascarudos para anunciar tormenta. No corren con mayor suerte cuando algunas mujeres como yo, temerosas de los insectos los aplastan, y en un instantáneo crujir se les va la vida. Al otro día la lluvia y el viento se llevan las hojas de los árboles y miles de cascarudos aparecen muertos en la vereda. Ya nadie los recuerda. Y eso que son más infalibles que el informe meteorológico.

Acrobacias en el cielo

Nunca me gustaron los murciélagos. Hay calles donde habitan, como Ocampo o Viamonte. De noche suelen esconderse en los árboles y cuando detectan mi presencia comienzan a volar. Se acercan a mi cabeza y mi marido que camina junto a mí intenta en vano quitarme el miedo. Son como pilotos haciendo acrobacia en las nubes. De todas formas les tengo pánico. Tal vez por esa teoría de que si se prenden a la cabeza te arrancan todo el cabello y quedás pelado.


Embusteros ilusionistas

Recuerdo algunos veranos en el pueblo de mi abuela. Sin nada que hacer en las noches calurosas nos sentábamos con mi hermana en la vereda para ver pasar la gente. Pocos autos circulaban por la calle. En un segundo pasó una camioneta. En la oscuridad sólo se vio una silueta que al pasar el auto se encogió como un globo desinflado y luego volvió a emerger transformada en sapo. Me asombré al descubrir que todos los sapos de Berabevú hacían lo mismo al anochecer. Yo que creí que ya era sapo muerto, sólo era un truco que suelen emplear ellos para romper el tedio de ser sapos pueblerinos y engañar a los tontos de la ciudad que como yo no tienen mejor pasatiempo que meterse en sus vidas.

Amas de casa abnegadas

A las abejas les encanta el suavizante para la ropa. Ellas no discriminan la marca. Estoy tendiendo en la soga y se posan en la ropa húmeda. El otro día una abeja se me posó en la cabeza. Me llevé un susto, pero la ahuyenté despacio para que no me picara. Le tengo más temor a un pequeño insecto que a un tigre de Bengala. Igualmente controlo un posible grito para que los vecinos no crean que perdí la razón.

Me persigue la buena suerte

Son días calurosos y abundan los grillos. La primera noche que se transforman en okupas de mi casa me resigno a escuchar sus serenatas por aquel mito de que no hay que matar un grillo porque trae mala suerte. Así transcurren varios días y cada vez son más. Cantan sin parar y vuelan cerca de mis oídos emitiendo un zumbido molesto. La quinta noche me paciencia llega al límite y me transformo en una asesina serial de grillos. La culpa me persigue como otro insecto más y recuerdo con nostalgia al famoso Pepe Grillo.